¿Quién desactiva las ciclogénesis explosivas?
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El temporal causó graves daños pese a las alertas previas de la Aemet
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Vicente Aupí, Valencia.
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La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), el pasado jueves, día 22 de enero, ya advirtió de la existencia de alerta naranja (riesgo importante) para el viernes y sábado en las dos terceras partes de la Península -incluida toda la Comunitat Valenciana- y en Baleares. El viernes, además, se aumentó la alerta a roja (riesgo extremo) para el sábado en diversas zonas del Cantábrico y en la provincia de Valencia, ante el previsible impacto de la profunda borrasca formada al noroeste de la Península, cuyo origen ha sido definido por los meteorólogos como una ciclogénesis explosiva.
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La magnitud del temporal, por tanto, ya fue intuida por la Aemet a mediados de la pasada semana. De hecho, en algunos círculos meteorológicos se comentó la escasa trascendencia mediática y oficial que había tenido el viernes el aviso de la Aemet, a pesar de que toda España, salvo Canarias, se encontraba bajo algún tipo de alerta meteorológica y la mayoría eran de color naranja o rojo. Sólo algunas provincias del suroeste estaban con aviso amarillo (riesgo bajo), pero toda España estaba en alerta.
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Alertas sin trascendencia
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La jornada del viernes, por tanto, hubo cierta sensación de desfase entre la trascendencia del aviso meteorológico dado por la Aemet y la respuesta de las administraciones al mismo de cara a las medidas preventivas a adoptar. Pero no es la primera vez que ocurre, especialmente cuando se trata de temporales de viento. Tanto en la Comunitat Valenciana como en el resto de España es patente que la atención por alertas meteorológicas es mucho mayor cuando se trata de situaciones de lluvias intensas o de nevadas, como las de este invierno. El viento no suele despertar tanto temor, y es que llevábamos muchos años sin un temporal de este tipo que fuera a la vez tan intenso y tan extenso.
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Aunque no por la forma en que se ha originado, que es diferente, el temporal de los días 23 al 25 de este mes de enero es comparable por sus daños al del 25 de febrero de 1989, cuando una borrasca situada sobre las islas británicas produjo un acusado gradiente isobárico que generalizó violentas rachas en toda la Península, especialmente en la fachada cantábrica y en el área mediterránea. Aquel día se alcanzaron 117 kilómetros por hora en el observatorio de los Viveros de Valencia y 139 en el del aeropuerto de Manises, pero la excepcionalidad residió en que el viento superó reiteradamente los 100 kilómetros por hora a lo largo del día, causando daños generalizados en toda la Comunitat Valenciana y en el resto del país. En el conjunto de España murieron 16 personas, cuatro de ellas en Valencia y una en Mislata.
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Margen de incertidumbre
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El debate, en cualquier caso, es complejo. Este fin de semana, la predicción de la Aemet fue acertada, aunque, hoy por hoy, la meteorología es una ciencia con un claro margen de incertidumbre, especialmente cuando se trata de situaciones atmosféricas de gran inestabilidad. Un ejemplo fue la nevada de principios de mes en Madrid, que generó un gran caos. El problema fue que la perturbación causante se desplazó unas decenas de kilómetros de la trayectoria prevista, algo que entra dentro de lo habitual en esos márgenes de imprecisión territorial que todavía son inherentes a los modelos predictivos.
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La mayoría de las veces el problema no reside en los avisos y pronósticos meteorológicos, sino en la interpretación y medidas oficiales y particulares que adoptamos ante los mismos: si hay una alerta naranja o roja, ¿debemos o podemos salir de casa? La realidad diaria demuestra que, sea cual sea el fenómeno adverso, la mayoría de la gente, con el consentimiento oficial, no cancela sus planes por un aviso de fenómeno meteorológico adverso. Y es, quizá, ahí, donde debe profundizarse para evitar o reducir los daños de temporales como el del pasado fin de semana.
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Una borrasca que se forma rápidamente
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Ciclogénesis explosiva. Estos términos, con los que los meteorólogos han definido el origen del último temporal de viento, han dejado alucinados a muchos ciudadanos estos días por lo llamativo de la denominación, que al final se ha ajustado a la envergadura de lo sucedido. Pero el concepto no es tan complicado: se trata de la formación (génesis) de un sistema ciclónico (en este caso una borrasca) de una forma repentina, muy rápida (explosiva). Los meteorólogos consideran que en nuestra latitud hay una ciclogénesis explosiva cuando una borrasca se profundiza tan violentamente que la presión atmosférica en su centro desciende como mínimo 18 milibares en menos de 24 horas, lo cual es una verdadera barbaridad en la dinámica atmosférica habitual. Eso es lo que sucedió entre el viernes y el sábado pasados en el Cantábrico, donde la brusca caída de presión en el seno de la borrasca y su vertiginoso desplazamiento hacia el este por el flanco norte de la Península propiciaron la violencia con la que se presentó el temporal.
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La peculiaridad no reside tanto en la fuerza del temporal como en la rapidez y violencia con la que se desencadena. De hecho, en el temporal de viento de 1989, la responsable también fue una profunda borrasca, pero su formación fue la normal, es decir, mucho más lenta, ya que se gestó durante varios días. No hubo en aquel caso una ciclogénesis explosiva.
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Sin embargo, los daños finales pueden ser tan graves en un caso como en otro en zonas como la Comunitat Valenciana, donde el problema real es la diferencia de presión existente -las isobaras están muy juntas en los mapas de presión atmosférica- entre nuestro ámbito geográfico y su entorno.